Uno espera la nieve cuando hace unos 30 grados de sensación térmica durante la Navidad, al Año Nuevo como reflejo de un imaginario que se nos impone. En esa época viene Papa Noel desde las bajísimas temperaturas del Polo, entra por las chimeneas que espera que estén apagadas, porque hace mucho frío cuando reparte sus regalos. Uno espera
Y de la otra manera, un día, en Buenos Aires, nevó. Sí, nevó. No me vengan con pequeñas precisiones meteorológicas, o mediciones pesimistas con respecto al recalentamiento global; tema que me preocupa muchísimo. Pero no el día que nevó en Buenos Aires. Ese día, nada importó.
Harta ya de desear volver a ver la nieve como la vi en Europa. No quería la nieve austríaca, suiza, checa. Quería una nieve porteña. Soberbia y a la vez humilde. Porque a decir verdad tenemos muy poco. Cada vez menos, pero damos mucho. Y nos la damos de que damos mucho. Aunque no era mucho, aunque no podíamos tirarnos en el piso a hacer “ángeles de nieve” como en otros lados del país. Todos queríamos esa nieve. Era nuestra nieve. Acá en Buenos Aires, acá estaba nevando. Hacía casi 90 años que no nevaba en Buenos Aires. Buenos Aires, aires fríos, aires blancos.
Ahora me da un poco de miedo decir Buenos Aires. Me suena a nombre de empresa… no sé porqué. Lo veo en demasiados carteles en
Y entonces vuelvo, hubo nieve. Blanca Nieve. Todos nos pusimos románticos. Románticos en el sentido antiguo. Romántico porque a todos nos invadió un idealismo pleno con respecto a
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