jueves, 18 de agosto de 2016

The Bourne Chemistry

Hay energías que cuando conectan, coindicen en un mismo espacio/tiempo, hacen magia. Trascienden, hablan sin hablar. Pasa con paisajes, como cuando la luna brilla sobre el agua, o hay montañas en el mar. Pasa con personas, como cuando Paul y John escribían o Eva conoció a Perón. Y pasa cuando Paul Greengrass decide volver a filmar la obra de Robert Ludlum y Matt Damon le dice que sí a protagonizarla. The Bourne Identity fue la primera de esta serie de películas basadas en las novelas de Ludlum. Esa primera entrega fue un inicio, una probadita justa, correcta, atrapante, dirgida por Doug Liman. La historia quedó perfectamente plasmada, introducida en nuestros cerebros. La química entre Damon y su co-piloto femenina, Franka Potente, fue infalible. Pero a partir de The Bourne Supremacy, las cosas se pusieron serias. Al punto (spoiler alert) que a pesar de esa maravillosa química, Paul Greengrass -el nuevo director a cargo- decidió respetar la historia y matar a Marie (el personaje de Potente). Y ahí, nos rendimos. Todos abrazamos a Jason Bourne y no lo soltamos más. Aparecerían personajes femeninos que también se aferraban a él y lo protegían como el de Joan Allen y el de Julia Stiles. Pamela Landy (Allen), en The Bourne Ultimatum, le devuelve su verdadera identidad: David Webb. Sin embargo nunca se logra apropiar de su ser. Sigue sin ser. Sigue y sigue y sigue. Por eso también el "nomadismo" de Bourne. No sólo porque lo persiguen sino porque ser en inglés significa lo mismo que estar: to be. Y entonces llega Jason Bourne, la cuarta entrega. Damon le dijo que sí a este rodaje justamente porque creía esta cuestión de la que hablamos aquí. Que la mirada de Greengass es infalible. Por eso quedó tan en el olvido The Bourne Legacy. Ni me pregunten de qué se trataba porque me olvidé de lo pasajera que es esa película. La dirección quedó en manos de Toni Gilroy. Pero no Jason Bourne. El hecho de que la primera persecución (en ésta hay cinco) se dé en una manifestación en Grecia, país europeo vapuleado por el fracaso del sistema capitalista, que se hable puntualmente de la conexión entre redes sociales y organizaciones de control e inteligencia, que la mujer no sea más la buenita, sensible y protectora, no es casual. La lectura de la realidad que hace Bourne, aún en su incertidumbre, en un contexto de espionaje y desconfianza constante habla más de todos nosotros que de aquél que él cree ser o no ser. En esta entrega, el título habla mucho sobre la esencia de la historia. Jason Bourne sigue siendo ese nombre. Como le dice el Director de la CIA interpretado increíblemente por Tommy Lee Jones, incluso pareciera ni importarle David Webb. Pero no es tan fácil. Webb/Bourne fue sometido a mecanismos de tortura y adiestramiento altamente inquebrantables por los que su psiquis pende de un hilo. Así se manejan la mayoría de los centros de inteligencia del mundo en formación de agentes. Su elección queda sumergida en un sin fin de sufrimientos y finalmente es anulada. Se eligen personas cuyo motivo en la vida es incierto, quienes no creen tener otra razón para existir. Los reclutan y los transforman es las máquinas que vemos en la película. Ojalá que Jason Bourne sea el reencuentro de este trío infalible y que podamos ver a nuestro héroe tan humano a pesar de todo, encontrar su razón de existir.

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