Si quiero me toco el alma pues mi carne ya no es nada. He de fusionar mi resto con el despertar aunque se pudra mi boca por callar.
miércoles, 17 de agosto de 2016
Mi vida sin Manu
Hace 14 años empecé a enloquecer por el basquet. El mundial de Indianapolis me voló la cabeza. Yo tenía 19 años. Manu Ginobili tendría unos 24.
Hoy, 14 años después, puedo decir que vi a una selección argentina de básquet ser campeona olímpica y traer una medalla de bronce. Lo que han generado por el deporte (no sólo el de la pelota anaranjada) Nocioni, Pablo Prigioni, Carlos Delfino, Fabricio Oberto y el maravilloso Luis Scola, entre otros, no tiene parangón. Por lo menos, para mí, ni en el football ni en cualquier otro deporte.
Tengo miles de jugadas, de momentos, miradas, actitudes de la llamada Generación Dorada en mis recuerdos. Podría nombrarles tantas que dirán ¿cómo a una piba se le quedó tan adherido a la memoria algo relacionado con el basquet? Pero sí.
De los más importantes para mí: la entrada de Walter Herrman en aquel histórico triunfo de Argentina ante Estados Unidos en Atenas 2004, o viniendo más acá, los puntos del Chapu y el enorme pequeño jugador que es Facundo Campazzo durante el eterno partido contra Brasil en el último Juego Olímpico.
Pero ya sabemos, que lo más grande que nos pasó a los amantes del deporte junto con el gol de Maradona a los ingleses, fue esto. Gracias, Manu. Te amaré por siempre. Gracias y amor eterno.
Abajo de esa montaña final, hay oro.
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