miércoles, 12 de octubre de 2011

Vida portátil

La película Medianeras reflexiona sobre las relaciones humanas en el contexto tecnológico/urbano de hoy. Pero no podemos frenar ahí, ya que, de más está decir, que cuando hablamos de esto, no podemos dejar de lado los cruces y las resignificaciones que los vínculos han sufrido durante la última década. La humanidad está plagada de “seres” tecnológicos que invaden o acompañan nuestras vidas. Incluso, los edificios que conforman los paisajes de las grandes ciudades y la forma en que éstos están dispersos codifican y hasta determinan la forma en que los lazos entre las personas comienzan, se gestan y terminan. Podrían ser las tecnologías de nuestro hábitat.
Las tecnologías de la comunicación, se han colado en nuestras vidas como la luz que entra de las ventanas construidas ilegalmente sobre las medianeras. Podría pensarse que la necesidad de luz que tenemos cuando habitamos en departamentos de espacios cada vez más acotados, como se está dando en los últimos años en la vida urbana (salteando explicaciones socio económicas), es tan pujante como la necesidad que sentimos hoy por hoy de tener un celular o Internet y así poder estar conectados todo el tiempo (¿conectados a qué?). Se nos hace casi inconcebible vivir sin uno, aunque realmente no lo queramos, creando así una especie de “histeria social”.
Por su parte, los edificios parecen erguirse más arriba y más arriba, tratando de llegar al cielo que cada vez vemos menos; enredados entre cables de la telefonía móvil que se interponen entre nuestra visión desde la calle hacia los últimos espacios celestes que, de alguna forma, lo que hacen es representar nuestro distanciamiento físico: para qué llegar a horario si tengo el celular y puedo avisar dónde estoy, a cuánto estoy, y pocas veces cómo estoy.
Las fobias, ataques de pánico que han tenido su popularidad más alta en los últimos diez años, hacen que nos guardemos en nuestros hogares. Ya no se necesita ni salir para ir al cine, y menos que menos, para alquilar una película o ir a buscar la pizza. Hasta tenemos la máquina para hacer el pan que lo hace por nosotros sin que tengamos que ni siquiera hacer la esponja de levadura. La reflexión más inmediata es que todas las tecnologías, supuestamente, desarrolladas para hacer la vida del hombre más cómoda o sencilla, parecen haber mutado hacia un perfil de enclaustramiento, aislamiento y sedentarismo. Porque esa conexión constante, eterna, con todo y a todos y en las condiciones en que se propician, termina resultando lo mismo que la desconexión total con el afuera y el otro.
Porque en las ciudades, el cielo se tapa, pero el tiempo vuela. Y ya no hay ni tiempo para cocinarnos ni reunirnos. Los espacios, cada vez más pequeños, en donde habitamos ni siquiera tienen mesadas para cocinar. Los monoambientes afloran sin crear un espacio real para reunirnos con otras personas. Sólo poner nuestras camas. Y aquel que se atreva a querer una casa con espacio para recrearse con amigos, que pague más. Más de lo que ya es bastante más. Sobretodo, si es que estamos alquilando.
Nació también “la cultura del identificador de llamadas” (salvando excepciones en donde es necesario). Cada vez que alguien nos llama ya casi no hay ese resto de sorpresa de decir: “alguien está pensando en mí, ¿quién será?” Ya lo sabemos desde antes de (no) atender. Y de más está decir que la más famosa pregunta que surgía tan naturalmente de nuestros labios cuando llamábamos a las casas de nuestros seres queridos quedó casi en el olvido: del “¿Cómo va todo” o “¿Cómo estás?” a “¿Dónde estás?” o “¿Con quién estás?”. Llamar a la casa de la persona con quien queremos hablar, o ser atendidos por otra persona antes, ha sido desplazado por el aviso vía mensaje de texto de que se va a llamar a la casa de esa persona, si es que se llama al fijo. Ni hablar del auge de las conversaciones íntimas en transportes públicos donde nos enteramos de todas las miserias y quejas de cualquiera que decida hablar por teléfono a viva voz en el medio del bondi.
Las tecnologías del control han ganado su batalla más difícil: pasar de ser repudiadas como es el caso de las censuras en los medios de comunicación, o del panóptico de las cárceles, a que todos quieran webcams, facebooks, twitters y celulares para saber del otro, si está disponible o no disponible, cómo se ven, sin siquiera salir de sus cómodos sillones computadoriles, o incluso, de sus camas. Los lazos que nos unían han sido reemplazados por la vida Wi-Fi. Eso lazos, que eran ni más ni menos que nuestra presencia, ahora son letritas que se van achicando cada vez más ante el tamaño de lo portátil. Ya no hay tiempo para sentarnos a hablar o para escribir o para cocinar, sólo andamos.

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