No voy a relatar lo sucedido. Ya todos estamos al tanto. Ni hace falta que nombre el lugar luego de titular este post como lo he hecho. Perdón aquél que lea esta nota y no sepa bien de qué hablo; de lo que sucedió el 30 de diciembre de 2004, pero debieran.
Una sola imagen propia queda prendida en mi mente: una amiga, mi ex novio y yo en un bondi que se desviaba de su recorrido habitual ya que el tránsito de Avenida Pueyrredón había sido desplazado. Algo había sucedido y a esa altura, no tenía idea nadie de qué era lo que pasaba. Esa no es tanto la imagen que queda en mi mente. Sino la frase que escuché en un primer momento: “Se incendió una bailanta” - dijo alguien medio aliviado. Y esa frase fue tan representativa de la mentalidad media de esta sociedad: “los negros siempre haciendo cagadas”. “Es una bailanta. Qué personas de valor puede haber”.
Esa noche me fui a dormir como cualquier noche. No dimensionaba para nada lo que había sucedido. Y me hago cargo de que cuando dijeron lo de la bailanta pensé que era un caso más. Que sólo el edificio estaría estropeado y algún que otro herido. Cuando sucedió lo de Kheyvis en San Isidro yo tenía once años. Mucho no recordaba, pero sí recuerdo angustia. Mucha. En Cromañón eso se multiplicó por doce (en San Isidro murieron 17 personas, en el boliche de Once, 194). En este caso se movió toda una estructura del poder ejecutivo, en este caso se cuestionó la responsabilidad de la sociedad y la ética empresarial; en mi opinión no lo suficiente. Tanto el poder político como la lógica empresarial siguen siendo los dos principales culpables de este nefasto episodio, pero las responsabilidades se dispersaron desde aquel que prendió la bengala, pasando por la banda que estaba muy al tanto de la organización de sus eventos, el personal de seguridad, aquellos espectadores que concurrieron a República de Cromanón con niños, etc., etc. Sin embargo hay algo muy importante que debemos tener en cuenta, el Estado no estuvo presente ni antes del hecho, ni durante, ni después. Y cuando digo “antes” no me refiero sólo a controlar (me parece bastante neoliberal asignar al Estado el rol de vigilante por sobre muchos otros). El Estado presente en la educación, en la salud, en la cultura, en su rol de contralor, arma del desarrollo social es el puntapié para la vida comunitaria. En el caso como el de nuestro país, de tanta extensión territorial y social, esto es muy complicado. Es un país de una gran marginación y de mucha concentración del poder más reaccionario en muy pocas y erradas manos. Por esto la ley de comunas podría haber evitado este y tantos otros episodios si hubiese tenido el apoyo político y del sector económico correspondiente en su momento (durante la primera gestión de Aníbal Ibarra 1999-2003). Ya todos sabemos que Ibarra se ocupó más de lucir como una figura fuerte él y sólo él para ganarle a su rival en la re-elección, Mauricio Macri. Y nos da mucha bronca a quienes lo apoyamos en esa elección a pesar de las críticas que le hemos hecho siempre. Porque haber ganado esa vez en la capital era una gran oportunidad. La popularidad del, por entonces Presidente, Néstor Kirchner, era alta; y un cuadro como el del ex fiscal en la capital podría haber cambiado mucho el panorama. Pero no duró nada. Al año de la segunda gestión, sucede Cromañón, que claro que le podría haber sucedido a cualquiera si hablamos de la responsabilidad de la sociedad, pero no si hablamos de los culpables. En el juicio sólo aparecen como representantes del poder político la ex secretaria de Control Comunal del gobierno porteño Fabiana Fiszbin y otros dos ex funcionarios del gobierno porteño Ana María Fernández y Gustavo Torres. No digo que Ibarra tendría que estar ahí, pero sí que no está siendo bien llevado a cabo este proceso.
Es muy difícil tener una conversación con alguien que tiene un familiar que falleció esa noche (la mayoría chicos), o que sobrevivió. Yo estaba mucho más segura de la responsabilidad del Jefe de Gobierno en aquel momento. Cuando tuve la oportunidad de hablar largo y tendido con un familiar, mi mirada se expandió y mucho. Esa noche no sólo murieron 194 personas. Esa noche se sacó una fotografía de la sociedad en la que vivimos, de muchas sociedades en las que vivimos. Luego de Cromañón mucha gente fue pronosticada de cáncer y otras enfermedades terminales o crónicas, otros chicos se suicidaron y según familiares, hay chicos que no han sido registrados. Muchas historias clínicas desaparecieron. No estoy poniéndome del lado de los familiares ni del lado del gobierno que estaba en aquel momento porque no creo que haya sido EL ÚNICO Y TOTAL CULPABLE PENAL DEL ACONTECIMIENTO. También creo que los manejos mediáticos y políticos, sobre todo de la asquerosa y repulsiva oposición en aquel entonces fue deplorable, patético, mezquino y totalmente siniestro. Estoy segura de que Mauricio Macri y Jorge Tellerman, esbozaron alguna sonrisita macabra cuando vieron lo que se avecinaba. Y claro, Omar Chabán, que por más de que no haya sido con dolo, es culpable sin dudas de por lo menos, de no proporcionar un ambiente seguro para sus clientes. Sólo lucrar. Toda esta descripción creo que nos hace retratar la verdadera República de Cromañón.