Tengo que ser sincera: siempre fui optimista. No delirantemente optimista, sino de las realistamente optimistas. Hasta con lo negativo intento ver las posibilidades de sacarle provecho. Y creo, que por ahora, no me fue muy mal con ello. Pero quería compartir algo que he estado pensando luego de un incidente muy menor pero del que justamente sale lo que vengo a exponerles bajo el título de este post: que la vida no vale nada.
Este año, los medios no se cansaron de pasarnos la data de cuántos accidentes fatales se daban por minuto en las rutas de la Argentina y hasta en las calles de la ciudad. Todos sabemos que los accidentes de auto son la causa de muerte más frecuente que existe. No es por seguir esa lógica, pero este miércoles, cuando viajaba de mi gimnasio amigo a mi nueva casa en Coghlan, en donde habito sola y sin INTERNET aún (por eso mi ausencia por estos pagos cibernéticos), pasó algo que me hizo reflexionar. El colectivero de la línea 76 en el que me dirigía a mi hogar pasó una barrera baja. Claro, no le pasó nada porque es más que evidente que el tren pasa por esa parte de la vía unos varios minutos luego de la bajada y de hecho, la barrera aún ni había llegado a su límite. Entonces, ¿Qué de todo ésto me llama tanto la atención? Primero, yo (personalemente yo) me preocupé porque no se partiera la barrera y abolle el colectivo. Segundo, el chofer le explicó a un caballero que lo increpó pero muy gentilmnete al respecto, que ni loco esperaba a la bajada de barrera, porque de hacerlo tenía que quedarse parado 20 minutos: "Primero pasa uno, después pasa otro y de ahí hay que esperar a que pasen dos más. Ya me los sé de memoria los horarios". Y ahí me pinchó el globo... Ese tipo no entiende nada de la vida, pero porque casi nadie de nosotros entiende nada de LA VIDA. Todos los accidentes que se dan a cada rato en materia de tránsito, son por excusas como esas. Y si son accidentes, son porque, indefectiblemente, algo termina pasando. El chofer es responsable de lo que le pase a cualquier pasajero dentro de su colectivo y eso no le importó nada. Es que de hecho, qué le va a importar el pasajero si, encima, el primero que puede sufrir una lesión (fatal) es él...
Aquí expongo: Todo el tiempo, en todos los actos de infracción de las normas de tránsito (por referirme a este caso puntual) arriesgamos nuestra vida. Eso no es noticia. Lo que pensé como razón de ello es más novedoso (por lo menso para mí): damos por sentada la vida. Claro que sí. Si ya vivimos. Si todo lo que pasa en nuestro alrededor, de hecho es porque estamos vivos. Cuando respiramos, cuando tomamos agua, o cuando nos alimentamos, no somos conciente de los actos ceremoniosos que eso supone. Porque damos por sentado el hecho de estar vivos. Entonces aunque sepamos que el cigarrillo nos caga la vida, fumamos. Aunque conozcamos las consecuencias de comer kilos y kilos de comida a lo McDonald's, lo seguimos haciendo(no hablo de hacerlo ocasionalmente sino tomarlo como un hábito). Aunque sepamos que el estrés y el sedentarismo son otras de las principales causas de muertes (por ataques cardiovasculares) no tomamos riendas en el asunto.
No estoy tratando de hacer un post moralista, sino que después de lo sucedido en el 76, me di cuenta de porqué hacemos todo ésto a pesar de... Porque damos por sentada la vida. Pensamos que la vida nos viene de arriba, de un Dios, de una madre, de lo que sea, pero la vida es algo que nosotros mismos construimos. Y claro que Keith Richards sigue vivo: no hablo de que si no llevamos una vida sana no podemos vivir como él, sino que es impresionante cómo damos por sentada la vida y no aplaudimos a 89 manos el hecho de que Keith Richards siga vivo. Porque lo damos por sentado, tanto como cuando esperamos que al levantar nuestra mano, el colectivo se detenga.
Lo trascendental del mal
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