Hace poco tuve una charla sobre quién es el personaje más popular del mundo. Estuvimos entre tres. Primero que nadie, Diego Maradona, seguido por Michael Jackson y Paul McCartney. Y también contamos a John Lennon pero como murió hace muchos años y se transformó en un mito, lo descartamos.
En definitiva, creo que terminamos cerrando la conversación en que Maradona es la persona más popular del siglo. Sin embargo, después de la nueva visita del ex Beatle a la Argentina, yo creo que debo decir que hay algo maś allá de la popularidad (no sólo entendido como masividad, sino como capacidad de “llegar” a todos los estratos de todas las sociedades del mundo). Los Beatles forman parte del inconciente colectivo de la Humanidad. Desde el Dalai Lama hasta los habitantes de algún pueblo recóndito de algún desierto perdido, aunque sea una vez en su vida han escuchado un tema de los Beatles, y casi seguro que conoce aunque sea a dos de sus integrantes: Lennon y McCartney. Porque fue la dupla compositiva más perfecta de la historia. Porque fueron los dos egos que separaron a la banda, pero que a su vez, por su legado, jamás les fue posible ser pensados como individuos por fuera de la banda de música popular que más influyó e innovó la historia musical para siempre y como nunca.
No voy a hablar mucho del recital de ayer puntualmente, pero sí voy a destacar lo más importante: 68 años tiene Paul. Su voz no parece haberse enterado más allá de algún que otro súper agudo como esos que pegaba en Helter Skelter que fueron omitidos.
5 son en total los miembros de una banda casi insuperable que rockeando rejuvenece todos los temas de Paul solista.
30 son los temas que toca durante 3 horas.
2 horas del show son sin parar, la última tiene dos pequeños intervalos.
1 es el hombre que pudo conmover como nadie a 50.000 (tal vez compitiendo con Roger Waters, quien logra algo similar a partir de la profundidad, la perfección, y complejidad de su obra, no por la cercanía a la identificación y su enraigamiento en el inconciente colectivo como he dicho antes).
Paul nos trajo emotividad. No hay persona que haya escuchado algún disco de los Beatles y no haya quedado pegado, aunque sea, a una canción. Y, siguiendo con mi teoría del inconciente colectivo, el que no escucha a los Beatles, el que no lo tenga como una práctica activa, lo tiene como una práctica involuntaria, como el caminar. Algunos lo hacen como un deporte, otros, porque es la forma de movilizarse.
En su primera noche en Buenos Aires (segunda visita, la primera fue en 1993) Paul nos movilizó con sus homenajes a sus dos amigos John y George. Sobre todo con este último, por haber agregado imágenes junto a él, mientras tocaba Something con una versión exquisita que comienza con una bandolina y en la que termina sumándose su mega banda a partir del solo tan caraterístico de la forma Harrisoniana de tocar la guitarra.
La canción para John, Here today, fue un homenaje más íntimo. Muchos se preguntaban por qué no había puesto imágenes de Lennon. Yo creo que es porque fue entre él y su amigo. El que no sabe inglés tal vez se quedaba medio desorientado en el sentimiento, pero la conmoción de McCartney al cantarla era bastante impactante.
Las versiones de My Love, Live And Let Die, Helter Skelter, I've Got a Feeling, la preciosa Blackbird, Two Of Us y The Long And Winding Road, una de las predilectas de esta escritora, Fueron los otros momentos épicos del concierto. Aunque seguro que se me está pasando algo.
Durante el show del miércoles, me preguntaba qué solista de nuestra generación puede generar lo que seres como Paul, Sting, David Bowie, Elton John. Se me hace muy difícil pensar en alguien de ese calibre.
Sobre todo del calibre de quien ayer nos entregó parte de su vida y también, parte de la nuestra. Rememorándonos cosas de toda nuestra historia, pero, asentándose cada vez más en nuestros espacios más vulnerables e imborrables. Los fanáticos de los Beatles o de Paul abarcamos una franja desde los 10 a los 70 años. Los Beatles son atemporales. Nunca podrán separarse porque para quienes los escuchamos habiéndolos vivido contemporáneamente o no, su vigencia traspasa su reunión física. McCartney fue el mensajero para recordárnoslo.