Hoy es día de alegría.
Hoy se han derribado prejuicios que hasta el día de ayer, no se pensaban como prejuicios, sino como lo “natural”. No como una forma de ver y pensar la vida, el amor y la familia; sino una forma ontológica del ser, lo más intocable e incuestionado de nuestra historia como Humanidad: para que haya una familia tiene que haber algo que parezca hombre por su condición fisiológica y algo que parezca mujer por las mismas razones.
A partir del debate instalado con el Proyecto de ley de matrimonio entre personas del mismo sexo de la diputada Vilma Ibarra, muchas personas a quienes la homosexualidad le parecía una elección normal pero que aún así no lograba salir de algunos latiguillos del discurso que encasillan al género como un derivado de una cuestión biológica, comprendieron más allá de estos factores. Pudieron ver que mujer u hombre se hace, no se nace. Y por lo tanto, así también, los roles de madre y padre. Sin necesidad de ponerle la clasificación de masculino o femenino que el diccionario señala en las acepciones de sus palabras. Padre (masc.); madre (fem.). Mujer (fem); varón (masc.). A partir de esta ley podemos decir que se da otro paso hacia la verdadera democracia, el segundo en un año junto a la aprobación de la ley de medios. Esa democracia que no termina en andar diciendo lo que uno opina en cualquier contexto y a como dé lugar, ni en elegir a los dirigentes políticos. Sino la democracia que nos ampara e incluye a todos por igual en una Nación y no hace diferencias ni de status quo, ni de etnia, ni de raza, ni de religión, ni de elección sexual. De todas formas, una ley no es para nada el fin de la lucha. Quedó bien en claro que con la manifestación del 13 de julio de los sectores contra la igualdad y los derechos humanos - la Institución de la Iglesia Cristiana y los Evangélicos - que la lucha contra la discriminación y los valores retrógrados de los cuales se alimenta, es mucho más compleja y de largo plazo.
Cuando esos sectores se refieren a la familia como la institución primera y más elemental, en realidad se están refiriendo la familia que ellos consideran válida. Esa familia que es tanto una elección como elegir a una persona del mismo sexo para amar. Sobre todo, porque amar a alguien no es tanto una elección, sino una develación y una revelación que se sigue por una definición. Esa familia conformada por personas heterosexuales no garantiza ser una familia de amor, sino que ha probado que no queda excenta de ninguna de las perversiones en la que la homosexualidad no está incluida: maltrato psicológico, físico, violación, abusos o torturas.
Desde ya que ahora no puede dejarse de considerar poner en agenda el debate por la despenalización del aborto y así comenzar a posicionar a nuestros cuerpos propiamentedichos como seres sociales dentro de un Estado nacional y democrático.
Permítanme hablar en primera persona: Varias veces me he pronunciado contra el matrimonio porque lo consideraba exactamente lo que era hasta ahora: la consolidación y perpetuación de los valores más conservadores de aquéllos que defendieron la Inquisición, la Dictadura, el abuso de niños y justificaron enfermedades en las personas más necesitadas (las minorías que a veces no son tan minoría). Hoy puedo sentir que el matrimonio es la aceptación del Estado dentro de su casa, como Dios recibe a sus adeptos bajo sus condiciones matrimoniales. Hoy todos pueden contar con todos, porque este Estado se está haciendo cada vez más democrático.